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7 de noviembre de 2012

Suena el despertador


"Quizá sea hora de levantarme" - Pensaba.
Dos rodeos más al rincón de mi cama y decido levantarme. Mis pies apenas responden al tocar el suelo. "Esta frío" - pienso
La cama me escupe, me levanto, a mis 89 años considero que tengo pocos motivos para levantarme y saludar al sol con la alegría que lo hacía cuando estudiaba... "¿Qué hubiera sido de mi si hubiera decidido hacer estudios superiores?"
La contestación, en la ducha, mientras intento olvidar que mi mujer grita porque son las once y tengo que ir a comprar, o eso creo que dice, de normal intento no escuchar las palabras que pronuncia... bendito silencio.
El silencio es importante para mi....
 "si no es nada importante, no merece la pena decirlo".
Después de toda una vida, estudios, trabajo, familia... qué tiempos en los que me sentía inmortal, en los que la mayor preocupación era cumplir con la obligación de la familia... ¿Y ahora que? Tengo tres hijos, diría como tres soles, pero sería engañarme a mi mismo. Los hijos vuelan de casa... después de una vida entera dedicada a ellos.
Mi única obligación, andar, que me lo ha impuesto el médico, después, silencio y un intento de conversación. ¿Qué decirle cuando ya no tengo nada que decir? Después de tantos años de matrimonio, esto se agota. Recibimos visitas, sí, pero hay veces que molestan, no voy a engañar a nadie, ni a ofenderle con mi sinceridad, soy un anciano, me lo he ganado.
Mi vida ha sido cómoda, lo he pasado bien, lo he pasado mal, he trabajado, sudado, me he preocupado, me he reído, he compartido el máximo tiempo posible con los míos... para que ahora que se supone que puedo disfrutar, me encuentro perdido. No reconozco al hombre mayor que refleja el espejo ¿Tantos años hace que no me observo? Las canas llegaron y las dejé quedarse... pero esto... Creo que la jubilación me ha costado más arrugas que todos los años de trabajo en el taller. 

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